domingo, noviembre 6

El gato Ovillo


Hace justo 3 meses llegó el gato Ovillo. Era bonito. Chiquitito. Flaquito. Pulguientito. Tímido. Miedoso. Hoy, 90 días después, sigue siendo bonito y está gordito, despulgado, y harto patudito.

Desde que con C nos convertimos en una familia legal –de lo que ya casi se cumplirá un año-, siempre quise tener un gato. En realidad una gata. La tenía bautizada desde que leí la novela pop Shangay Baby. La verdad es que el libro no me trastornó, pero sí la mascota del novio de la protagonista: la Gata Ovillo. El nombre lo encontré de una choreza total, tanto, que decidí tomarlo prestado.

Por alguno años la revolví y revolví con la Gata Ovillo. Ya estaba peinando “la gata”, en realidad. Yo me había imaginado como sería la Gata Ovillo: ploma, peluda y gorda, tal como la que había visto en el porteño Palacio de la Bolsa.

El problema era que a C no le parecía para nada de divertida la idea. Menos después que la gata Anita, una nueva vecina del barrio, decidió hacer una intempestiva intromisión a nuestro departamento a través de una ventana abierta, dejando a C al borde del colapso infartático.

La osadía de Anita, bajó los puntos en la campaña pro Gata Ovillo.

Pero hace tres meses a mi suegro –quien obviamente es el papá de C- le ofrecieron una gatita perdida. La había encontrado el conserje de un edificio vecino y, la verdad, es que le preguntó si sabía de alguien que hubiera perdido la famosa gatita, pues a todas luces, era una mascota de casa.

Y claro, a mí se me había perdido. Desde hacía años.

Partimos los 3. Mi suegro, C y yo, a la búsqueda de la gata Ovillo. Y fue amor -¿o habrá sido obsesión?- a primera vista, aunque esta Ovillo no se parecía en nada a mi construcción mental. De una manera totalmente sincrónica, justo ese fin de semana estaba en Viña la cuñada de C, experta en animales, quien nos dio todas las pautas de crianza, e incluso, advirtió que la gata Ovillo era gato.

En su primer día, fue puro ronroneo. Tierno el desgraciado. Andaba tímido por todos los rincones, y hasta pedía permiso para subir al segundo piso. Pero pronto agarró confianza, y hoy ya no dice ni pío antes de saltarnos arriba de la cabeza a bailar tap. Todo un taz.

A pesar de eso, C está totalmente conquistado.

Acerca de mí

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Daniela es mi nombre. @danilazcano en twitter. Periodista de profesión... docente de comunicación de vocación. El ejercicio de este blog no es más que un reencuentro con el "Querido diario:" de la infancia, cambiando la libretita rosada y con candado, por la apertura "infinita" de la blogósfera. Así, resulta sólo una bitácora... y de un bucle... por Morin, y por la genética que pobló mi coronilla.